lunes, mayo 29, 2006




La universidad que viene

Una pregunta creativa, verdaderamente creativa, se puede formular alrededor del modelo universitario basado en un campus central y en centros regionales o campus periféricos, sean estos públicos o privados. ¿Está el modelo actual de la universidad hondureña acorde con la velocidad de cambio de la naturaleza, la estructura y la identidad de la universidad del siglo XXI?

Es posible que nos llevemos una gran sorpresa al buscar el centro desde el cual tratamos de delimitar el horizonte del mundo universitario. Como en el mundo político, el centro se movió, quizás nunca estuvo donde nuestra generación lo imaginó; quizás, antes como hoy, el centro, en lo académico, en lo político, fue solo una ilusión.

Es seguro que la universidad actual, pública o privada, no sea vista, sentida o admirada, de la misma manera cuando el lente se enfoca desde el centro a la periferia que desde las regiones al campus central. Lo cierto es que hoy en día en nuestro país, la oferta académica, el perfil de los docentes contratados y, en general, la asignación de los recursos, con frecuencia pasan a un segundo plano cuando de atender las necesidades regionales se trata. Esto es un error.

Más importante que la riqueza material de una región es la riqueza del tejido social sobre el cual descansan las relaciones comunitarias. La universidad de hoy, como organización inteligente, aprende de lo regional y sirve de punto de tránsito entre lo local y lo universal. Lejos de polarizar estos escenarios, los comunica y eleva a planos superiores en los cuales alumnos y maestros pueden crear e intercambiar conocimientos como parte de una dinámica de intangibles hasta hace muy poco desconocida.

Llegó el momento de abandonar la idea obsoleta que hace creer que desde el centro se debe alimentar a la periferia. Si la universidad del siglo XXI da igual valor a cada espacio de aprendizaje, entonces cualquier actividad académica, independientemente del lugar donde se realice, tiene un valor primario. Lo que en ese espacio educativo ocurre alimenta el capital intelectual que da sustento a la universidad. Esta idea es más revolucionaria de lo que aparenta ser y es vital al repensar la universidad, al entenderla como una organización inteligente, que tiene vida y que aprende; que vive allí, donde se rompe el equilibrio para crear nuevo conocimiento.

sábado, mayo 13, 2006


Un sueño que nunca debe morir
Cuando se inicia otro año escolar, con entusiasmo, alumnos, maestros, padres de familia y autoridades en todos los niveles del sistema educativo, comienzan otra nueva caminata en el laberinto del conocimiento humano que -la nación espera- ayudará a nuestra niñez y juventud a cultivar valiosos activos intelectuales.

Porque la educación es esperanza que nos permite soñar con ojos abiertos, debemos apoyar a nuestros hijos e hijas para que, en el maravilloso viaje de la inteligencia humana, sean participes en la creación, espectadores en la valoración y solidarios en la divulgación del conocimiento humano. Que sus mentes caminen, cabalguen, vuelen y sueñen en su tránsito por la escuela, el colegio o la universidad, mientras la educación cincela la razón, cobija la fe y libera la creatividad de educandos y educadores.

Alumnos y maestros deben valorar su talento y hacer de la educación una herramienta para –juntos- diseñar y construir catedrales del conocimiento. Nuestro sueño es que con la ciencia descubran, comprendan y dominen la naturaleza y sus leyes, y, con las humanidades desnuden, deshilen y enhebren las infinitas dimensiones creativas del ser humano.

Soñamos con el estudiante que un día, gracias a la educación, pueda transportar su mente hasta el límite del universo conocido. Y, desde allí, dejar que su imaginación le traiga de regreso hasta su propia galaxia y que -maravillado y sorprendido, más no ignorante- reconozca su estrella solar y su planeta. Nave en la que, sola o infinitamente acompañada, viaja la vida, con su valiosa diversidad ecológica, en su tránsito evolutivo hacia la complejidad.

El viaje a lo impensablemente pequeño no ha de serle desconocido. Sabrá que en cada célula hay infinitas preguntas acerca del mundo de lo pequeño. El entender su genoma y el de cada organismo viviente, en tránsito hacia el mundo subatómico, le abrirán las puertas de un nuevo universo donde reina la incertidumbre, y, materia y radiación manifiestan su baile de paso doble: ondulatorio y corpuscular.

Una nueva puerta ha de abrirse mostrándole a los quarks como los ladrillos fundamentales de la materia y, a partir de allí, una penumbra, por ahora invisible para para la ciencia, le invitará a soñar, como amante del conocimiento, en las teorías jamás pensadas. Porque la respuesta a las grandes preguntas puede estar germinando en un aula de clases en Oxford o Pekín, o quizás pueda nacer en la mente de un niño o joven de nuestra patria.

Más bello ha de ser el viaje hacia su interior, gracias a las herramientas que la educación le ha de proporcionar a través de las ciencias humanas. Llegará a comprender su papel y el de su especie y, más que observador pasivo, ha de contribuir con su capacidad y talento a construir una sociedad más justa en la que su convicción de ser libre lo aleje de mandarines y manipuladores del poder y la justicia. Y, por el contrario, lo solidarice con aquellos cuya condición de vida es infrahumana.

La educación es el sueño vivo del hombre en comunión. El hombre y la ciencia, el hombre y las humanidades. El hombre y su entrelazada paradoja entre la fe y la razón, entre el azar y la causalidad. Es el sueño de conquista de la felicidad, de la buena vida y la construcción de un mundo mejor. La educación es un sueño, un sueño que nunca debe morir.